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Chuschi, el pueblo de color en Ayacucho

Desde siempre me han gustado las historias curiosas que han dado lugar a los nombres de los diferentes pueblos y ciudades. La historia de Chuschi, por ejemplo, nos lleva hasta el nombre de Chuspi Wayqu, que significaba «la quebrada de las moscas». Dicen que del subsuelo de Chuspi brotaba agua y minerales de olores penetrantes, un líquido tóxico para los animales menos para los insectos. Por eso abundaban tanto y de ahí su nombre.

Aquella Chuspi Wayqu pasó a ser la Chuschi de hoy, un pequeño pueblo situado en la provincia de Cangallo, cien kilómetros al sudoeste de Ayacucho. Un lugar realmente bello y tradicional, fuera de las rutas turísticas pero que nos traslada siglos atrás en el tiempo. Su historia y sus paisajes son sus principales atractivos.

A nuestro alrededor resuenan las hermosas siluetas de los Andes y la cuenca del río Pampas. Todo aquí es realmente ancestral. Se vive como décadas atrás, con elementos desfasados en el tiempo tanto para la vida diaria como para el trabajo en el campo. Animales como la vicuña, el cóndor, la vizcacha o los patos silvestres campan por los alrededores. Hermosos cerros nevados y lagunas anidan por doquier.

Los lugareños de Chuschi son alegres y muy hospitalarios para con el turista. Visten su atuendo tradicional de muchos colores, sombrero marrón, plumas de pavo real, poncho tradicional y muchas flores, y no pierden tiempo a la hora de sacar de sus casas las chinlili, unas guitarras pequeñas de cuerdas de metal, con las que entonan la chimaycha.

De sus paisajes hay que destacar especialmente la Sallqa o Puna, un espacio en el que se crían a la manera tradicional vacas, ovejas, alpacas y llamas. Alrededor de esta se sitúan otros enclaves de indudable belleza como la Quechua, en el que los lugareños cultivan el maíz, o la Mayopatan que sirve de ribera del río Pampas y en la que crece la cabuya (de la que se extrae un jugo que se usa como bebida y medicina).

Hay que buscar también en sus alrededores parajes como los de Locroqa, de cuyas entrañas brotan aguas termales, o la Catarata de Wayunka, dos caídas de agua (una de 80 metros de altura y otra de 20), a cuyos pies se puede disfrutar de un escenario verde irrepetible.

Llegar a Chuschi es hacer un gran desvío en nuestro itinerario turístico, pero bien que merece la pena. La sencillez y alegría con la que viven sus habitantes, el carácter tradicional y popular de sus costumbres y el colorido tanto de sus atuendos como de su naturaleza os dejarán maravillados.

Foto Vía Retablo Ayacuchano